domingo, junio 10, 2007

HOMICIDIO CULPOSO A UN JAPONÉS

Por: Néstor Eduardo
Camacho Castro
necamach@hotmail.com

Creo que hay tantos de estos amigos japoneses regados por toda la faz y en
cualquier rincón de la tierra que alguna vez nos corresponde la amistad
desinteresada de por lo menos dos de ellos a lo largo de nuestra vida y les
puedo asegurar ciegamente que justo ahora tienen mínimo uno en casa o el negocio
ayudándole con el estrés y el aburrimiento.
En mi familia, bajo este techo cada uno tiene su amigo asiático. La mayoría prefiere hacerse de un buen oriental que de algún otro primo gringo porque los consideran mas confiables y seguros, cosa que a mi me parece también, nadie va a dejar entrar un extraño tan fácilmente.

Algunos inauguran esa amistad que dura generaciones enteras, de una manera pomposa y alegórica. Es como un hijo prodigo ¡que todo el mundo se entere que llegó ‘el chino’ nuevo a la casa! y si llegó enorme mejor pues cuanto mas grande sea, mas amigos querrán conocerlo. Es que ¡Por Buda! téngase en cuenta que vienen desde esa “lejura”, allende los mares, tuvieron que cruzar el Océano Pacífico temiéndole al agua por que los aniquila y éstos aquí en casa, llegaron hace un buen tiempo, sanos y salvos.

Sin mayores preámbulos los invitamos a nuestra morada porque nos brindaron una amistad tan receptiva y gratuita desde el primer momento que fue casi imposible rechazarlos y eso le pasa a todos aunque eso varía dependiendo cuán bien se hagan las diversas conexiones con estos egresados del lejano oriente.

Fue exactamente eso, una amistad, una de las buenas que se entabló instintiva e inmediatamente, siempre hubo una señal clara y nítida desde el principio. Nuestra relación fue de esas prolongadas y duraderas porque fuimos sinceros el uno con el otro, duró algo más de una década y estuvo llena de muchos colores, contrastes y tintes que en múltiples escenas que llegaron a desprender lágrimas, risas, angustia, acción, suspenso y drama hasta el último de sus días.

Era simple cuestión de presionar un botón para avivarlo y listo, instantánea diversión gratuita a la que –por estadísticas- en promedio recurre primero una persona normal antes que el sexo, un parque de diversiones, el cinema, la Internet o un paseo de olla. Pero un día, un infortunado día no fue tan simple como hundir un botón y listo.

Su nombre era Toshiba y cuando le cascaba por la mala recepción de la imagen, mi mamá decía con un tono casi gritón pero sin inmiscuirse en nuestra relación “no me le pegue al ‘Toshibita’ que me le va a sacar la mano” ella tenía toda la razón. Medía 20 pulgadas, era modelo 92, mucho antes que estuviera de moda tanta pantalla plana engreída. Era el segundo de los japoneses aquí en casa y tenía media vida por delante. Tuvimos una amistad ininterrumpida excepto por 2 años cuando mi papá se lo llevó como castigo cuando me tiré décimo grado.

No vimos la llegada del hombre a la luna ¡qué importa! Vimos el mítico 5-0 de Colombia Argentina en las eliminatorias al mundial Estados Unidos 1994. Estuvo allí para ver muchos seriados, novelas, noticieros, reinados y cuando hubo la masificación de TV por cable. ‘Toshibita’ lidió conmigo cuando estaba enfermo en cama, sin quejas y cumplía con entretener. Vimos varias posesiones presidenciales y otras posesiones conyugales, como fiel compañero de cuarto fue un cómplice voyerista de las novias que llevé a la alcoba, que era como nuestra pecera, donde nunca salió hasta el día de su triste deceso.

Al final de sus días, estaba agonizando lentamente, se quedaba afónico de su único parlante y la señal que emitía dejó de ser clara, estaba pálido y lo notaba cansado para encender después de una pequeña intervención quirúrgica para aminorarle el sufrir, sus colores no se reflejaban como antes, yo creo que eso fue de tanto meter Nintendo cuando más joven. Pobre ‘Toshibita’, su apéndice, el control remoto fallaba constantemente, tenía cataratas y sordera parcial entre otras complicaciones también.

Ya avisaba con antelación su muerte. Entonces tomé una dolorosa decisión, más dolorosa que su estado y muy a mi pesar, le practiqué la eutanasia, que más me pareció un homicidio culposo porque es la sensación que queda después de “conceder” la muerte como la única salida práctica, en éste caso lo fue. Pero no fue cuestión de solo desconectarlo, tocaba ser más viscerales e ir hasta el cerebelo, el tubo de rayos catódicos donde se generaba su visión. Así quedó ciego totalmente antes de morir.

Sus cadavéricos restos aun reposan en mi clóset, eso me convierte en un homicida aberrado, no le he dado sepultura porque pensándolo mejor, donaré todos sus órganos y hasta su último circuito, quizá le sirvan a alguien más. Aún estoy en luto por una amistad que salió del aire tan pronto como haber dejado diez minutos en apagado automático antes de conciliar mi sueño. Espero descanse en paz más de lo que siempre rindió.

1 Comments:

At 6:59 p. m., Anonymous Anónimo said...

Ay mi Nest, porfin encontre tiempo de dejarte un comentario, me imagino que esto va por tu pobre y adorado tv que aniquilaste hasta no dejar ni un solo color en su pantalla jaja, igual tqmm mi Nest, en estos dias te llamo ;)

 

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